En este país los grandes medios sólo se acuerdan del fotoperiodismo cuando muere un reportero y toca hacerle un sentido homenaje o cuando se anuncia la lista de los premiados en los World Press Photo y la exposición de turno llega a la ciudad.
Y es que nada luce más que hablar de fotoperiodismo en mayúsculas y poniendo voz grave para rellenar páginas en el dominical entre anuncios de relojes caros y cremas rejuvenecedoras. Pagar por las fotos o mostrar un mínimo respeto por quienes se dedican a eso ya es otro tema.
Para demostrarlo, el mismo viernes que se anunciaba la lista de ganadores de esta última edición El País publicaba un interesante artículo sobre el cáncer infantil ilustrándolo con una foto de Tino Soriano. Sin firmar, y por lo visto sin pasar por caja. Curiosamente este veterano y respetado fotógrafo de National Geographic era confundido hace sólo unos días con un turista en un artículo de ABC. Curiosa forma de entender el respeto a los fotógrafos. Se ve que Google Images todavía no ha incorporado ese filtro.
“Ganar un premio no sirve para que te den trabajo, porque a mí en España no me han ofrecido nada”, avisaba pocos días antesSamuel Aranda. Una fotografía suya fue elegida la mejor de 2011 en los World Press Photo. La misma que un medio de aquí había rechazado publicar en su revista de fin de semana. Unos genios.
Y es que intentar hacer “marca España” hablando de los tres fotoperiodistas que están entre los ganadores de esta edición es un ejercicio casi tan triste como cínico. Bernat Armangué, Emilio Morenatti y Daniel Ocho de Olza, los tres reporteros españoles agraciados este año con un World Press Photo, trabajan para la agencia internacional The Associated Press. El sueco Paul Hansen realizó la que ha sido elegida como mejor foto del año para un periódico de Suecia. Medios que pagan a fotógrafos para cubrir temas internacionales. La locura.
Es un tema tan sobado y cansino que es casi mejor revisar la lista de los ganadores y buscar otros asuntos polémicos sobre los que debatir. Aunque normalmente el jurado sirve en bandeja un tema para la controversia (fotos de Google Street View, un fotograma sacado de un vídeo…), este año no han hecho los deberes y toca rascar un poco más para buscar el debate.
Debate serio, me refiero, porque a estas alturas ponerse a discutir si la brutal imagen de Hansen -los cadáveres de unos hermanos de dos y tres años en primer plano- es moralmente aceptable o no, es sencillamente absurdo. “Lo terrible es que haya niños muertos, no las fotografías”, decía hace meses Gervasio Sánchez adelantándose a la posible pregunta.
Cuestionar la ética del reportero que ejerce de testigo, mensajero y sacudidor de conciencias en lugar de la de quienes lanzaron los misiles que propiciaron ese funeral no es un debate, es una soberana estupidez.
Aunque tampoco me parece de recibo que ante una escena tan brutal nos pongamos a hablar del viñeteo aplicado en la edición de la imagen, sí hay un tema que me inquieta: la instantánea es dura, pero no golpea tan fuerte como cabría suponer. Tal vez es que nos hemos vuelto inmunes. O que estamos demasiado acostumbrados a imágenes así. O igual es que tiene un dramatismo tan cinematográfico que nos cuesta digerirla como real.
Otra de las fotos que más está dando que hablar es la firmada por Micah Albert. Posiblemente sea un poco mezquino por nuestra parte que, ante la foto de una mujer leyendo en medio de un vertedero de Kenia, nos pongamos a discutir sobre el grado de procesamiento de la imagen y no sobre lo que cuenta, pero a estas alturas supongo que es inevitable.
Deontológicamente hay poco que cuestionar: si la frontera está en la modificación del contenido (borrar algo o clonar, por ejemplo), todo parece correcto. Pero esos tonos, los colores, el enfoque… Hace cuatro años las fotografías de Klavs Bo Christensen fueron descalificadas por una edición similar (salvando las distancias).
¿Ha cambiado algo en este tiempo? ¿Se han acostumbrado nuestros ojos a esos filtrajes tan fuertes (gentileza de Instagram y compañía) y una foto más natural nos sabe a poco? ¿El horror se ha vuelto algo cotidiano y tan fotografiado que ha perdido su capacidad de impactarnos?
Nuevas preguntas para viejos debates que siguen teniendo como telonero al cinismo de los grandes medios de comunicación españoles. Hablan de fotoperiodismo mientras despiden a sus fotógrafos. Todo muy coherente.
Temas que, eso sí, no deberían hacernos perder de vista que lo importante son las historias que hay detrás de cada instantánea. Al fin y al cabo, de eso se trata.
Artículo publicado en QUESABESDE.COM